

Hace algunos días llamó mi atención la propuesta que hicieran legisladoras locales de Aguascalientes y Oaxaca sobre modificar en los códigos civiles los matrimonios con el objetivo de hacerlos temporales. La iniciativa no deja de ser audaz y creo que atenta contra los cimientos elementales de nuestro tejido social.
A la propuesta la denominan “matrimonio por contrato”, de entrada, un término confuso de por sí, ya que el matrimonio es y siempre ha sido un contrato. Como base de esta establecen una duración mínima de la relación matrimonial de dos años, y como máxima la que la pareja acuerde.
El razonamiento principal de la iniciativa es que con esta medida se reduciría el número de divorcios. Debo conceder que las legisladoras llevan razón en observar y preocuparse por este problema. La tasa de divorcios crece como la espuma. Cada año que pasa el índice es superior al del año pasado, mientras el número de matrimonios se mantienen a la baja.
Sin embargo, querer reducir el flagelo del divorcio dinamitando los pilares del matrimonio equivale a querer evitar los choques prohibiendo el uso del automóvil, en vez de ofrecer clases de manejo; o pretender combatir las muertes por ahogamiento impidiendo las inmersiones en el agua en lugar de ofrecer clases de natación.
Otro argumento que utilizan los promotores de la medida es que los cónyuges, después de firmar el acta matrimonial “para toda la vida”, pierden el incentivo de abonar a mantener la relación amorosa y detallista. El cambio de “voluntario” a “obligatorio” es muy anti seductivo. Y este incentivo puede invertirse de requerirse el consentimiento de la otra parte para la renovación de los votos matrimoniales cada tiempo determinado. Sin embargo, ese argumento se derrumba con los cambios legales recientes que han flexibilizado y eficientizado los procesos de divorcio.
Creo que el problema está mal enfocado y deficientemente planteado; y en el fondo no es el número creciente de divorcios, sino la desintegración del tejido familiar. Si acotamos la duración de los casamientos quienes sufrirán serán los hijos que crecerán en ambientes poco propicios. Claro, siempre será más sano para un niño desarrollarse con papás felices y separados, que enojados y juntos; pero no tenemos que llegar a esos extremos.
Para fortalecer a las familias se requieren matrimonios amorosos y funcionales, de esos que duren para toda la vida o cuando menos hasta que los pequeños vivan las suficientes experiencias positivas. El mejor remedio contra los divorcios es el sembrado de los valores en el momento correcto. La tolerancia, la paciencia, la fidelidad y, sobre todo, la sabiduría de escoger a la persona correcta como nuestra compañera de vida.

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